
Aristóteles y, siglos más tarde, Plinio el Viejo, afirmaban que la naturaleza de la salamandra era tan sumamente fría que apagaba el fuego solo con entrar en contacto con él. Tiempo adelante, Isidoro de Sevilla subiría la apuesta, asegurando que este anfibio urodelo “es capaz de emponzoñar y secar un árbol frutal y de envenenar los pozos de agua potable”. El mito de la salamandra alcanzaba así su máximo esplendor y, con él, la injustificada mala fama que acompaña hasta nuestros días su silenciosa existencia. No pocas veces habré asistido a verdaderas masacres -a pedrada limpia- de estas indefensas criaturas sin que los autores fueran capaces de explicarme a derechas la causa de su enconada animadversión, heredada, sin más, de siglos de prejuicio.
La realidad resulta mucho menos truculenta que el mito y, bien mirado, mucho más sugerente. Por lo menos así lo vemos los que hemos dedicado tantas horas a buscarlas, recorriendo montes y sotos en las noches lluviosas de otoño, linterna en mano cual Diógenes empapados. Como los miembros y colaboradores de NaturZamora-Asociación Zamorana de Ciencias Naturales que participaron en la elaboración del Atlas de los Anfibios y Reptiles de Zamora. La realidad de la salamandra puede resumirse con la expresión “mírame y no me toques”. Su llamativa coloración negra y amarilla tiene un carácter aposemático, es decir que sirve para advertir a sus potenciales depredadores de su carácter tóxico y mal sabor. No hay más misterio.

La salamandra común (Salamandra salamandra) es una especie endémica del continente europeo, estando presente en el sur y el centro del mismo. Se encuentra preferentemente en ambientes húmedos y sombríos y, aunque puede vivir casi en cualquier tipo de comunidad vegetal, sus poblaciones resultan más abundantes en los bosques caducifolios, siempre que existan masas de agua próximas (arroyos o charcas) donde acudir para la reproducción. En Zamora sus poblaciones resultan mucho más extendidas y abundantes en las comarcas más occidentales, de mayor influencia atlántica, como Sayago, Aliste y, especialmente, La Carballeda y Sanabria. Avanzando hacia el este, en cambio, la mayor sequedad del clima y la escasez de masas forestales apropiadas provocan su rarefacción o práctica inexistencia. En tierras zamoranas el nombre popular con que se conoce a este anfibio es el de “salamanca” o también “salamántiga”, “salamanquesa” o “salamanquina”.
En las últimas décadas las poblaciones ibéricas de la salamandra común (y de la práctica totalidad de los anfibios) están sufriendo una dramática regresión que ha llevado a su catalogación como “Vulnerable” en el Libro Rojo de los Anfibios y Reptiles de España. Poblaciones enteras, como las que habitaban las montañas del Sistema Ibérico, Sierra Nevada y Sierra Espuña han desaparecido por completo. En la provincia de Zamora las casi relícticas poblaciones orientales, como las del entorno de Toro, podrían haber seguido el mismo camino. También se han perdido interesantes poblaciones urbanas como la que existía hasta hace pocos años en la capital.

Los factores de amenaza más importantes para esta especie son: la degradación y pérdida de hábitat (incendios, deforestación, presión urbanística, etc.); el aumento de la sequía y aridificación del terreno; la eliminación o contaminación de masas de aguas, fuentes, abrevaderos, etc. a través del uso de fertilizantes; la introducción de especies invasoras en lagunas y arroyos como los cangrejos, peces y visón americano , además de los atropellos en carreteras y pistas. Especial atención merecen las enfermedades emergentes que están afectando a los anfibios globalmente, y que incluyen hongos y virus, constituyendo una amenaza de primera magnitud para su supervivencia. Tras sobrevivir a siglos de ignorancia y atavismo, nuestras “salamántigas” van camino de sumirse en el pozo sin fondo de la Gran Extinción Antropógena.