Linaria amatista, belleza a ras de suelo

La vistosidad y belleza indudable de las flores, su variada gama de brillante coloración, poseen su explicación y fundamento científicos, cómo no. Moléculas de pigmentos acumuladas en sus pétalos y combinándose entre sí para dar lugar a un rango amplio espectro cromático, en pos de un objetivo claramente definido: atraer a muy diversas especies de insectos y otros artrópodos, algunas de aves y unas pocas de mamíferos, convirtiéndolos en involuntarios pero eficaces agentes de la polinización y haciendo posible, así, la producción de semillas y frutos, la continuidad de la especie. 

Entre estos pigmentos se considera que las antocianinas son las responsables de los tonos rojizos, púrpuras, violetas y azulados, entre ellos el seductor amatista que da nombre a nuestra protagonista de hoy. Esta denominación está tomada de un mineral homónimo el cual constituye una variedad macrocristalina del cuarzo y, al parecer, adquiere este tono debido a la presencia de soluciones ricas en óxidos de hierro. Curioso caso de convergencia cromática, tal vez algo banal para la mente científica pero bien sugerente para los que resultamos más proclives a la contemplación estupefacta y el disfrute meramente estético. En cualquier caso, debió de llamar poderosamente la atención de los naturalistas sajones Johan Centurius Hoffmannsegg y Heinrich Friedrich Link que le dieron el nombre de Linaria amethystea en su Flore portugaise ou Description de toutes les plantes qui croissent naturellement en Portugal, publicada en 1809.

Imagino que ambos disfrutarían de una vista aguda y bien entrenada o tal vez sus articulaciones no les incomodaban excesivamente a la hora de tirarse en el suelo, ya que la linaria amatista -o «gallito de monte» como también se conoce- resulta difícil de detectar debido a sus dimensiones verdaderamente reducidas, no levantando del suelo más que un diente de león o una sencilla margarita. Sólo la llamativa combinación de colores, poco usuales en su género (violeta, blanco y amarillo), ayudan a su feliz localización. Se trata de un endemismo Íbero-magrebí que crece sobre todo en terrenos arenosos: pastizales, claros de bosques y matorrales, campos de cultivo y arenales marítimos, desde el nivel del mar a los 2500 m. Ampliamente distribuida en tierras zamoranas, podemos buscarla ya en estas fechas del invierno terminal pues, al menos en las áreas más bajas y térmicas de nuestras comarcas, comienza su floración en pleno mes de febrero.