Nueve años con Agustín

Fue un día de marzo de 2014, a punto de entrar la primavera en el calendario y ya despuntando en   las olorosas violetas del soto y en el animoso canto de las totovías al borde del pinar.  Recorría el bosque de Valorio, como en la canción de Brassens, “a la chasse aux papillons”: buscando y anotando mariposas para un programa de seguimiento de las poblaciones de estos seductores y cada vez más escasos insectos.

Sentí un estremecimiento de sorpresa cuando escuché su vibrante ulular a pleno sol, casi al mediodía. No es la costumbre del cárabo, ave nocturna que se toma su condición al pie de la letra, pero todas las reglas tienen sus excepciones.  Seguí la dirección desde donde llamaba, como presa de un sortilegio, como si fuera a mí al que reclamaba desde la profundidad del bosque. Y así fue cómo lo descubrí, en la entrada de su refugio: una buraca en el tronco de un viejo álamo blanco. Inmóvil como la figura de un santo en su hornacina, disfrutando con los ojos cerrados del tibio sol marcino.

El cárabo común es una especie abundante y en expansión pero sus hábitos estrictamente nocturnos y su costumbre de pasar las horas de luz en refugios ocultos, como huecos de árboles y muros o vegetación muy espesa, dificultan extremadamente su observación.  Así que no es de extrañar que debido a su excéntrica costumbre de dejarse ver largamente durante el día, nuestro amigo se convirtiera en un verdadero icono para los observadores de aves locales. Y como es costumbre en estos casos, lo bautizaron con nombre humano, para lo que escogieron el de “Agustín”, en memoria y homenaje del poeta, gramático y pensador zamorano que dedicó no pocos versos y paseos a nuestro singular bosque urbano.

Los retratos de Agustín, reproducidos en folletos, paneles informativos y todo tipo de publicaciones, físicas y virtuales, constituyen ahora el emblema indiscutible de Valorio y su fauna salvaje. No habrá muchos de sus congéneres que sean tan conocidos y populares. Pero él, ajeno a esta fama sobrevenida y a la humana obsesión por la obtención y atesoramiento de imágenes, continúa dedicándose a sus cosas de cárabo: ulular, cazar roedores y pájaros y criar con su compañera un par de “alucones” cada temporada. Normalmente, cuando llego a esta parte del relato, lo remato con un “Y ahí sigue” pero los años van pasando y pesando y nueve son muchos en la vida de un cárabo. Un día, seguramente no demasiado lejano, dejaremos de entrever su críptica silueta difuminándose entre ambiguos claroscuros y abigarradas cortezas de añosos troncos. Pero no esto no debe entristecernos: un ejército de cárabos seguirá llenando el bosque con su canción ancestral, la voz genuina de la naturaleza salvaje.

Invernada en Villafáfila (volvemos el 26 de marzo)

Avefría europea (Vanellus vanellus) en la Reserva Natural «Lagunas de Villafáfila». Imagen aportada por Jaime Rábago.

El fin de semana del 18 y 19 de febrero tuvimos sendas actividades de observación e interpretación de la avifauna en esta conocida reserva natural, uno de los espacios naturales más destacados de Castilla y León. Una vez más, las actividades se organizaron conjuntamente con Cristian Osorio Huerga, de «Saliegos Birding».

Y una vez más, las actividades fueron un éxito tanto por la notable participación como por la variedad de especies observadas. En cuanto a la primera, fueron 28 los interesados y apasionados, de variadas procedencias: Galicia, Valladolid, León, Salamanca y, por supuesto, Zamora.

Ansares comunes (Anser anser) en la Salina Grande Villafáfila. Imagen aportada por Luis Manso.

En cuanto a las especies, alcanzaron las 75 en el cómputo total: 73 el sábado y 64 el domingo. Incluyendo alguna rareza local, como la gaviota argéntea (Larus argentatus) que lleva varias semanas en la zona. Os invito a consultar ambas listas en eBird:

https://ebird.org/checklist/S128760427

https://ebird.org/checklist/S128989153

Tarros blancos (Tadorna tadorna), cucharas comunes (Spatula clypeata), ánades frisos (Mareca strepera) y combatientes (Philomachus pugnax) en la Salina Grande de Villafáfila. Imagen aportada por Luis Manso.

Grullas comunes (Grus grus) procedentes de su zona de alimentación. Imagen aportada por Miguel Díez.

Sobrevolados por las grullas.

Avutardas euroasiáticas (Otis tarda) en vuelo. Imagen aportada por Nicolás Torres.

Avutardas euroasiáticas en su hábitat terracampino. Imagen aportada por Luis Manso.

Rodeados de avutardas por todas partes. No podía ser de otro modo en el mayor refugio mundial de estas verdaderas reinas de la estepa.

Cogujada común (Galerida cristata). Imagen aportada por Luis Manso.

Perdiz roja (Alectoris rufa). Imagen aportada por Miguel Díaz.

Mochuelo europeo (Athene noctua). Imagen aportada por Luis Manso.

Aguja colinegra (Limosa limosa). Imagen aportada por Miguel Díaz.

Correlimos comunes (Calidris alpina). Imagen aportada por Jaime Rábago.

Chorlitos dorados europeos (Pluvialis apricaria). Imagen aportada por Luis Manso.

Grullas comunes entrando en su dormidero en la laguna de Barillos. Imagen aportada por Nicolás Torre.

Con el comienzo de la primavera, los machos de la avutarda euroasiática (Otis tarda) -los gigantescos «barbones»- se agrupan en determinadas áreas de la estepa cerealista para dar rienda suelta a sus impresionantes y magníficas exhibiciones nupciales, con el objetivo de convencer a las vigilantes hembras de sus impecables aptitudes para la procreación.

Os invitamos a conocer uno de los comportamientos más espectaculares de nuestra avifauna en uno de los espacios naturales más emblemáticos de Zamora. El domingo 26 de marzo disfrutaremos de la Rueda de la Avutarda en la Reserva Natural «Lagunas de Villafáfila».

Se trata, además, de una fecha excelente para la observación de aves acuáticas y esteparias en Villafáfila, con un importante paso migratorio y con la llegada de numerosos nidificantes estivales como la pagaza piconegra (Gelochelidon nilotica), la cigüeñuela común (Himantopus himantopus) o el cernícalo primilla (Falco naumanni).

¡Reservad vuestras plazas antes de que se agoten!

La collalba gris, el pájaro que arrea a los burros

La collalba gris (Oenanthe oenanthe) es un pájaro de la familia de los muscicápidos, por tanto pariente de papamoscas, petirrojos y ruiseñores. Se trata de una especie insectívora y migratoria. Los machos muestran dorso gris azulado y alas y antifaz negros mientras que las hembras tienen las partes superiores más ocráceas y carecen de antifaz. En ambos sexos resulta muy llamativo el diseño de la cola:  blanca y terminada en una T invertida negra, siendo el origen de su nombre genérico en castellano: colialba.  Muy terrestre, gusta de andar y saltar sobre el suelo y también de posarse, con porte erguido, en postes, piedras y elevaciones del terreno.

En España su población reproductora se localiza de modo fundamental en la mitad norte y especialmente en la cuenca del Duero y los sistemas montañosos aledaños. También se extiende por gran parte de las sierras pirenaicas y prepirenaicas y de manera más fragmentada por la depresión del Ebro, el sistema Ibérico y las sierras béticas. Selecciona preferentemente hábitat con escasa cobertura vegetal leñosa, especialmente herbazales y matorrales de montaña con frecuentes sustratos rocosos. También cría en parajes esteparios y parameras con arbolado disperso. En todos estos ambientes suele aprovechar oquedades para instalar sus nidos. Estas pueden ser naturales (grietas de rocas, madrigueras abandonadas de animales como conejos, por ejemplo) o estar asociadas a construcciones humanas de piedra o amontonamientos de origen antrópico, como los majanos.

La población española se estimó recientemente en cerca de un millón y medio de parejas reproductoras, de las cuales algo menos de la mitad se encontrarían en la comunidad autónoma de Castilla y León, dentro de la cual Zamora alberga un contingente muy destacado. En esta provincia podemos encontrarla desde las partes más elevadas de las sierras sanabresas hasta las pseudoestepas cerealistas de Tierra de Campos o La Guareña y los pastizales tradicionales de Sayago y Aliste. Pero en la actualidad, las densidades más elevadas se detectan en las campiñas y mosaicos agropecuarios del centro-oeste: Tierra del Pan occidental, Tierra de Alba y partes de Tierra de Tábara.  No pongo su mapa distribución en la provincia porque lo cierto es que se puede encontrar a este bonito y simpático paseriforme en todas las cuadrículas del mapa provincial. Entrad en este enlace si queréis comprobarlo: https://atlasaves.seo.org/ave/collalba-gris/

En cualquier caso, las poblaciones españolas de esta ave paseriforme muestran un declive importante, con una pérdida próxima a la mitad de los ejemplares en el período comprendido entre 1998 y 2018. Por este motivo, la collalba gris aparece en la última edición del Libro Rojo de las Aves de España en la categoría de especie Casi Amenazada. Sus principales amenazas están relacionadas con la alteración de sus hábitat: intensificación agrícola, matorralización y reforestación así como las prolongadas sequías en sus áreas de invernada africanas. Es preciso recordar que se trata de una especie migradora que llega a tierras zamoranas entre finales de febrero y primeros de marzo y a la que podemos seguir observando hasta muy entrado el otoño, incluso hasta comienzos de noviembre. Muchas de las aves que se ven por aquí en primavera y en otoño, por cierto, son migrantes en paso, no pocas pertenecientes a poblaciones que se reproducen en latitudes tan norteñas como Islandia y Groenlandia (subespecie leucorhoa).

Su tradicional abundancia y amplia distribución en tierras zamoranas, así como su comportamiento confiado y su habitual presencia en medios frecuentados por los humanos (zonas de cultivo, pastizales, entornos rurales…), son factores todos que han contribuido a un destacado conocimiento popular de esta especie que se ve reflejado en la notable variedad de nombres vernáculos que se le atribuyen. El tipo más frecuente es el de las denominaciones que hacen referencia al diseño y coloración de sus plumas rectrices, caracterizadas por una combinación de blanco y negro en la que el primer color destaca llamativamente: rubialba, rubialga y multitud de variantes más (compuestas de rabo+alba) se escuchan, sobre todo, en comarcas como Sayago, Tierra del Pan, Tierra del Vino, Tierra de Alba, Tierra de Tábara, La Carballeda y Aliste. En esta última también encontramos formas equivalentes como colabranca o culiblanco. Otro grupo muy extendido hace mención al gracioso movimiento estereotipado con el que las collalbas llaman la atención precisamente sobre ese panel fanérico que constituye su cola, y que utilizan para enviar mensajes visuales a sus congéneres. Estos movimientos fueron identificados por la imaginación popular con los que realiza el jinete para arrear a su montura. De ahí las frecuentes denominaciones vernáculas del tipo arriaburros, tañaburra o tanjasno tan extendidas por Aliste, Los Valles, Benavente y La Carballeda. Tañer o tanxer es un verbo que en leonés tiene también el significado de “arrear” o “azuzar” a los animales de monta o tiro. Finalmente, otra tipología de nombres que se le atribuyen a las collalbas serían los descriptivos de sus medios o lugares preferidos para anidar: pedreiro (partes de Sanabria y de Aliste), terronero (La Carballeda y Los Valles) o barranquesa (Los Valles), entre otros. Es preciso aclarar que todos o casi todos los vernáculos mencionados los comparte la collalba gris de modo indistinto con su prima hermana, la collalba rubia (Oenanthe hispanica), también presente en tierras zamoranas aunque no tan extendida y a la que dedicaré su propia entrada, no tardando.

Dormilones de día, brujas de noche

Uno de los aspectos más característicos del comportamiento del martinete común (Nycticorax nycticorax) es su actividad fundamentalmente nocturna, especialmente fuera del período reproductor. Este patrón ha dado lugar a algunos nombres vernáculos de los numerosos que reciben estas misteriosas ardeidas a lo largo y ancho de su extensísima área de distribución que abarca gran parte de los continentes euroasiático, africano y americano.  Así, en Argentina y en Andalucía es conocido como garza bruja, en gallego se denomina garza da noite y en catalán martinet de nit.

También su denominación científica, nycticorax (“cuervo nocturno” en griego), hace clara referencia a sus hábitos noctámbulos. Durante el otoño y el invierno, los martinetes que no han emigrado hacia el sur -lo habitual en su especie- se agrupan en dormideros comunales donde descansan durante el día, tratando de permanecer a salvo de sus depredadores: aves rapaces y mamíferos carnívoros, sobre todo. 

 Al caer las tinieblas, vuelan siguiendo el curso del río en dirección a sus áreas de pesca, ubicadas con frecuencia a varios kilómetros de distancia del dormidero. En la oscuridad, los distintos individuos del grupo se comunican entre sí emitiendo una voz característica: «guac-guac». Este sonoro reclamo también ha inspirado una cantidad considerable de vernáculos, tales como guaco o huaco en Perú, Colombia, Venezuela y México, kwak en neeerlandés y goraz en portugués europeo.

En Brasil, en cambio, se conocen como dorminhocos, haciendo referencia a sus hábitos de descanso diurno. Curiosamente, dormilones es uno de los dos nombres populares recogidos en Zamora. El otro, mediagarza, probablemente se refiera a sus dimensiones corporales, francamente menores que las de otras especies de la misma familia como la garza real (Ardea cinerea), con la que suele coincidir, incluso en las colonias de cría.

Águilas urbanas

Águila calzada de morfo claro oteando su territorio de caza desde una veleta de la iglesia de San Ildefonso, en el casco antiguo de Zamora. Diciembre de 2015.

El águila calzada es una rapaz forestal que en las últimas décadas ha comenzado a instalarse en entornos urbanos, como es el caso de las riberas del Duero a su paso por la ciudad de Zamora, tramo donde está presente al menos desde la década de 1990 y donde actualmente alcanza una densidad de en torno a una pareja por cada kilómetro y medio de curso fluvial.

Nido de águila calzada en el Duero a su paso por Zamora. En la foto se ven la hembra y -echados- dos polluelos todavía con plumón. Junio de 2022.

Durante el período de marzo a octubre, cuando la generalidad de estas aves migradoras permanecen entre nosotros, es habitual observarlas cazando diversas especies de aves -especialmente palomas- en el interior de la ciudad, sobrevolando continuamente nuestras calles y viviendas.

Macho adulto de morfo oscuro transportando los restos de una paloma cimarrona que acaba de cazar y consumir parcialmente. Centro de la ciudad de Zamora, abril de 2020.

No resulta inusual en ese tiempo la imagen de una de estas pequeñas pero valientes águilas consumiendo su presa sobre el tejado de un edificio en el interior e incluso en el mismo centro de la urbe. Además, muchos años algún ejemplar con pocas ganas de embarcarse en la agotadora y peligrosa migracion anual, permanece con nosotros durante el período otoñal e invernal, prolongando así las oportunidades de disfrutar con su estimulante vecindad.

Juvenil al que faltan pocos días para emprender la migración, contemplando el barrio zamorano donde su padre le ha estado enseñando a cazar durante las últimas semanas. Septiembre de 2021.

Las águilas calzadas, junto con otras rapaces ornitófagas, como el azor común y el halcón peregrino -también con presencia habitual en el casco urbano de Zamora-, cumplen un papel fundamental en el control natural de las palomas cimarronas y torcaces, cuyas poblaciones han experimentado un gran crecimiento en los entornos urbanos. La presencia de estas bellísimas aliadas solo se garantiza conservando su hábitat de reproducción, es decir: el valioso arbolado ribereño que cubre las islas y márgenes fluviales del río Duero.

El pinzón real, un vistoso visitante norteño

Durante gran parte del otoño y el invierno de 2010 y 2011 se constituyó en el Puerto de Barazar (Bizkaia) un descomunal dormidero de pinzones reales (Fringilla montifringilla) que llegó a albergar cerca de un millón de estas pequeñas y coloridas aves procedentes de remotas latitudes norteñas. Verdaderas nubes de pinzones acudían cada día a los hayedos más cercanos para alimentarse de hayucos, los nutritivos frutos del haya. Se trató de un hecho excepcional que suscitó un enorme interés, no sólo entre los ornitólogos y aficionados a la observación de las aves silvestres sino también en el público general pues resultaba un espectáculo natural verdaderamente grandioso. Tuve la suerte de disfrutarlo gracias a mi gran amigo, el biólogo y agente forestal Juan Manuel Pérez de Ana que nos guió y acompañó en aquella ocasión.

La singularidad de esta impresionante concentración estribaba en que los dormideros invernales de pinzón real de tales dimensiones son sucesos excepcionales al sur de los Pirineos, aunque habituales en la Europa central. Un caso muy ilustrativo -y extremo- se produjo en el invierno de 1951-52, cuando en un área bastante reducida de Suiza se llegaron a concentrar más de 100 millones, la práctica totalidad de la población europea del momento. Si bien en España y Portugal no se trata de un ave rara, aquí se suele encontrar dispersa en densidades mucho más discretas y con concentraciones mucho menores. 

 Dos machos y una hembra de pinzón real. En la imagen queda patente el dimorfismo sexual característico de esta especie.

Este miembro de la familia de los fringílidos (como los pardillos, jilgueros, verderones y canarios) cría en los bosques mixtos y de coníferas de Escandinavia y Rusia, desde los fiordos noruegos a la península de Kamchatka. En Zamora se trata de un invernante habitual que podemos observar desde octubre a abril pero principalmente entre noviembre y marzo. Por lo general no resulta muy abundante aunque, en realidad, sus números varían llamativamente de unos años a otros, con inviernos en los que apenas nos llegan ejemplares y otros en los que se observa ampliamente extendido y con notables densidades. Ocupa con preferencia áreas abiertas con cultivos o pastizales y con presencia de un algún arbolado más o menos disperso, como pueden ser dehesas y sotos.

Se suele alimentar en los campos y acude a los arbolados para dormir. También resulta fácil de observar en algunos parques y jardines o en bosques urbanos como el de Valorio. Su alimentación en esta época del año incluye una gran variedad de semillas, con preferencia por las oleaginosas, desde los mencionados hayucos hasta las pipas de girasol, los granos de maíz o incluso las contenidas en las sámaras de los arces y los fresnos. A menudo se asocia para alimentarse con otros pequeños paseriformes granívoros, como sus primos los pinzones vulgares, y otros parientes cercanos como verderones, lúganos y pardillos así como con los gorriones comunes, morunos y molineros.

Macho y hembra de pinzón real buscando semillas en compañía de un gorrión molinero.

Otoño en Villafáfila: grullas, avutardas y mariposas (volvemos el 27)

Grullas comunes en la reserva natural «Lagunas de Villafáfila» (Zamora). L. J. Manso.

Tras sufrir los terribles efectos de la peor sequía en bastantes décadas, las tímidas lluvias de las últimas semanas no pueden ser más bienvenidas. Con ellas, campiñas y humedales comienzan a recobrar color, vida, esplendor. En Tierra de Campos, la reserva natural «Lagunas de Villafáfila» recibe en este tiempo la visita de centenares de majestuosas y elegantes grullas comunes (Grus grus) cuyas voces poderosas y ancestrales resuenan como un concierto de trompetas en la estepa inmensa.

Avutardas euroasiáticas (Otis tarda) alimentándose en un campo de alfalfa en la r. n. «Lagunas de Villafáfila. L. J. Manso.

Estas conocidas migradoras se suman ahora en los pastizales y las tierras de labor a otras gigantes que permanecen todo el año en la región: las avutardas comunes o euroasiáticas (Otis tarda), que concentran en Villafáfila la población más destacada de toda su área de distribución, constituyendo el mayor valor ornitológico de esta reserva zamorana.

A comienzos del mes organizamos una actividad de observación e interpretación de las aves y el medio natural de Villafáfila junto con Cristian Osorio de «Saliegos Birding», gran amigo y profesional que conoce la reserva y sus secretos como nadie. La jornada resultó un éxito, disfrutando con una gran cantidad y variedad de estupendas observaciones y con la agradable compañía de un excelente grupo de aficionados.

La lista de especies anotadas a lo largo del día sumó un total de 68, abarcando desde las características anátidas y limícolas del complejo lagunar hasta los pequeños paseriformes antropófilos de los pueblos y sus entornos e incluyendo diversas especies de rapaces, entre ellas la cada vez más habitual águila imperial ibérica (Aquila adalberti). En este enlace podéis consultar el listado completo: https://ebird.org/checklist/S121705101

Águila imperial observada el 1 de noviembre en los alrededores de Villafáfila. C. Osorio.

Además, las agradables temperaturas que pudimos disfrutar favorecieron la observación de un buen número de mariposas, como blanquita de la col (Pieris rapae), blanquiverdosa (Pontia daplidice), colias común (Colias crocea), cardera (Vanessa cardui), atalanta (Vanessa atalanta), ícaro (Polyommatus icarus), canela estriada (Lampides boeticus) y manto bicolor (Lycaena phlaeas).

Mariposa manto bicolor. R. Hernández.

El próximo domingo 27 de noviembre tenemos programada una nueva visita para la cual hay todavía plazas disponibles. En este cartel podéis encontrar los detalles.

Os dejo con algunas imágenes de la actividad que nos han pasado varios de los participantes a los cuales aprovechamos para agradecer sus amabilidad y simpatía.

Gorrión chillón (Petronia petronia). N. Torres.

Aguilucho lagunero (Circus aeruginosus) transportando un ofidio en las garras. N. Torres.

Grullas comunes aterrizando. N. Torres.

9El otoño es, sin duda, la mejor época para disfrutar de las grullas en Villafáfila. N. Torres.

Avefrías europeas (Vanellus vanellus). N. Torres.

Garcillas bueyeras (Bubulcus ibis). N. Torres.

Lavandera blanca (Motacilla alba). N. Torres.

Fochas comunes (Fulica atra). N. Torres.

Ícaro (Polyommatus icarus). N. Torres.

Manto bicolor (Lycaena phlaeas). N. Torres.

Gorrión chillón (Petronia petronia). L. J. Manso.
Tarabilla europea (Saxicola rubicola). L. J. Manso.

Grullas comunes (Grus grus). L. J. Manso.

Garcillas bueyeras (Bubulcus ibis). L. J. Manso.
Avefrías europeas (Vanellus vanellus), L. J. Manso.
Busardo ratonero (Buteo buteo). L. J. Manso.

Aguilucho lagunero (Circus aeruginosus). L. J. Manso.

Bisbita pratense (Anthus pratensis). L. J. Manso.

Avutardas euroasiáticas (Otis tarda). L. J. Manso.
Fochas comunes (Fulica atra). L. J. Manso.

Conejo europeo (Oryctolagus cuniculus). L. J. Manso.

El falaropo picogrueso, un viajero sorprendente

En contra de la norma predominante en el mundo de las aves, las hembras del falaropo picogrueso (Phalaropus fulicarius) presentan mayores dimensiones y plumaje de coloración más viva que los machos de su especie. Son ellas las que cortejan a los machos, compiten por el territorio de anidamiento y defienden agresivamente a sus parejas y nidos. Tras realizar la puesta de 3 a 6 huevos en el suelo, generalmente cerca del agua, la hembra inicia inmediatamente la migración, dejando al macho a cargo de su incubación y del posterior cuidado de los polluelos.

Su titánico viaje anual la llevará desde las tundras árticas de Eurasia y América hasta las aguas costeras del oeste y sur de África y del extremo sur del continente americano. Es decir, que cada año, un ejemplar de este miembro de la familia de los escolopácidos de apenas 20 cm de longitud y 50 g de peso puede recorrer distancias superiores a los 25.000 km. Tan prolongado periplo lo lleva a cabo, por lo general, sobrevolando el océano, pero algunos ejemplares solitarios se aventuran ocasionalmente por las tierras del interior. Concretamente, en la reserva natural “Lagunas de Villafáfila”, ubicada en la parte zamorana de la comarca de Tierra de Campos, se ha constatado la aparición singular de falaropos picogruesos en, al menos,  nueve ocasiones. Todas los avistamientos se produjeron durante la estación otoñal, es decir, durante el paso postnupcial o posterior a la reproducción, y concretamente entre el 27 de octubre y el 13 de diciembre. Noviembre, es sin duda, el mes más propicio para su observación aquí.

La primera cita de la que tengo constancia para Villafáfila la protagonizó un ejemplar observado por Miguel Ángel García, Fernando Borrego y el que esto escribe, el 30 de noviembre de 1997. Y el último en visitarnos, hasta ahora, ha sido el ejemplar de las fotos, descubierto por Gary Losada el pasado 27 de octubre y que tuve la grandísima suerte de toparme el 6 de noviembre cuando recorría la reserva en compañía de Pam Bruesing y Don Moore, dos entusiastas observadores de aves estadounidenses que disfrutaban durante unos días  de los paisajes y aves de la región. El inesperado encuentro con el falaropo supuso para los tres una sorpresa verdaderamente agradable.

O ángeles o demonios

Durante siglos, la cría de las palomas bravías (Columba livia) fue privilegio reservado a la nobleza, incluida la pequeña. Así, la posesión de un palomar permitiría al Ingenioso Hidalgo manchego incluir en su repertorio << (…) algún palomino de añadidura los domingos>>.  No sólo resultaban una fuente apetecible y envidiada de proteínas, sino que además aportaban un poderoso abono (la palomina o guano de paloma) fundamental hasta tiempos no tan lejanos para incrementar la productividad de huertas y viñedos. Viña y palomar solían ir de la mano.

Mucho antes de la invención del telégrafo y de todos los medios de transmisión de mensajes a larga distancia que han ido apareciendo en cascada inagotable hasta el día de hoy, las palomas mensajeras cumplieron un papel indispensable en las comunicaciones. No debe resultar extraño, entonces, que un ave tan útil y -siendo objetivos- para nada carente de belleza, alcanzara un puesto verdaderamente elevado en el imaginario de nuestra cultura. Símbolo de la paz y, en la religión cristiana, de la santidad y de la pureza además de representación corpórea ni más ni menos que del Espíritu Santo.

¿Qué ha ocurrido para que, en el transcurso de unas pocas décadas, las palomas se hayan convertido en compañía indeseable, peligrosa plaga objeto de persecución implacable, “ratas voladoras” y todos los calificativos denigratorios que oímos a diario sobre ellas? Sin duda, cambios muy profundos en nuestro modo de vida, necesidades, percepciones y preferencias. Así, la misma palomina que se recogía como valioso fertilizante devino en porquería corrosiva. De su historia gloriosa solo quedan los daños al patrimonio y la alarma sanitaria.

Un claro ejemplo de nuestra ¿natural? tendencia a olvidar el pasado y saltar de un extremo a otro sin despeinarnos. O ángeles o demonios: no dejamos espacio para los matices ni consideramos más opciones. El hombre es, sin lugar a dudas, una especie muy exagerada.

Fuseras y pimenteras

La husera (Euonymus europaeus) es un arbusto de la familia de las celastráceas cuya madera se utilizó desde el Neolítico para la fabricación de husos de hilar. De esta antiquísima utilidad proceden también sus nombres en leonés (fusera o fuseira) y gallego (fuseira). Otro nombre muy común en castellano es el de bonetero, originado por la particular forma de sus frutos que recuerdan a los bonetes, gorros dotados de cuatro picos redondeados que solían lucir antaño eclesiásticos, colegiales y graduados.

 Estos bonetes, corazones, reventones o baulines, como también se llaman, no resultan apropiados comestibles para los humanos (son vomitivos y purgantes) pero sí para no pocas aves paseriformes que los consumen dispersando sus semillas, como es el caso de la curruca capirotada, el mirlo común, los diversos zorzales o el petirrojo europeo, nuestra popular pimentera.

El petirrojo siente especial atracción por unos frutos cuyo vivísimo color compite con el no menos intenso “pimiento” que luce en su pecho anaranjado. Este singular duelo cromático entre ave y arbusto se produce durante estas fechas otoñales en los setos, sotos y claros de bosque de una gran parte de Castilla y León. Especialmente en las estribaciones montañosas y en las riberas de las tierras llanas que es donde podemos encontrar a la husera o bonetero, amante de los suelos frescos y tirando a húmedos. En tierras zamoranas sobre todo en el norte y el oeste, particularmente en comarcas como las de Aliste y La Carbayeda.