Los murciélagos dan la alarma

 

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Murciélago rabudo (Tadarida teniotis). Zamora capital, junio de 2015.

Entre los animales que en nuestra cultura sufren una percepción más negativa, probablemente los murciélagos sean de los que más les está costando librarse de los diversos sambenitos con que vienen cargando desde tiempos remotos. Para colmo, su supuesta relación con el origen de la pandemia que tanto nos preocupa, ha provocado un rebrote de la quiropterofobia en buena parte del planeta. Parece que olvidamos que la COVID-19 es una enfermedad humana y que, por tanto, es el propio ser humano el responsable de su trasmisión alrededor del mundo, no los murciélagos u otros animales silvestres.

Los murciélagos no son una especie sino un conjunto extremadamente numeroso de ellas que se agrupan en el orden taxonómico de los quirópteros. Las diferentes especies de murciélagos resultan tan distintas y distantes -evolutivamente hablando- entre sí, como lo pueden ser un zorro, un oso, un lince y una comadreja. Los quirópteros constituyen el 20% del total de los mamíferos: es decir, que de cada cinco especies de mamíferos, una es un murciélago.

Este dato nos va a aproximar a una idea que no debemos olvidar: los murciélagos juegan una papel fundamental en el funcionamiento de nuestros ecosistemas. La dieta insectívora de la mayoría de las especies (la totalidad en el caso de las europeas) los convierte en actores principales del control biológico de plagas. En el caso de numerosos taxones tropicales que se alimentan de frutos o de polen se sabe que son responsables de buena parte de la regeneración de los bosques en áreas alteradas, debido a su crucial papel como polinizadores y dispersores de semillas.

Lo cierto es que los murciélagos son un grupo particularmente sensible a la alteración del hábitat y sus poblaciones están declinando de un modo verdaderamente alarmante. Esto se debe, fundamentalmente, a la acción del hombre y los factores de amenaza más relevantes, según la Sociedad Española para el Estudio y Conservación de los Murciélagos (SECEMU)  son los siguientes:

– La alteración de hábitats naturales, que en muchos lugares han sido sustituidos por cultivos intensivos o por explotaciones forestales monoespecíficas y homogéneas.

– Las molestias y actos vandálicos en refugios, especialmente en las épocas de cría y de hibernación. Estas actuaciones pueden acabar con colonias numerosas o con sus refugios.

– La pérdida de refugios por restauración de edificios, realización de obras en cuevas o tala de árboles con huecos.

– La muerte de individuos por intoxicación debida a pesticidas, especialmente si estos tratamientos se realizan donde crían o hibernan colonias.

– La muerte de ejemplares por accidentes en parques eólicos, carreteras y otras infraestructuras humanas.

Como en tantos otros casos, el declive de los murciélagos supone una dramática advertencia de que hay muchas cosas que estamos haciendo rematadamente mal con nuestro entorno y cuyos efectos, tarde o temprano, los vamos a sufrir en nuestras propias carnes.

 

Murciélagos ratoneros pardos (Myotis emarginatus). Parque natural «Arribes del Duero», Fermoselle (Zamora). Mayo de 2014.

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