El nido del azor

El azor (Accipiter gentilis), incomparable prodigio de adaptación a la caza de aves y pequeños mamíferos en ambientes forestales pero sin deslucir en espacios abiertos, se convirtió durante la edad dorada de la cetrería en Europa en objeto codiciado de la nobleza. Incluso se acotaban determinadas áreas en montes y sotos para su cría, las denominadas como  “azoreras” en las cartas de compra-venta y donación medievales. El propio término “cetrero” (antiguamente “acetrero”) procede del latín vulgar “acceptor” (“azor”). Es decir que, originalmente, cetrero era sólo el que practicaba la caza con azor y no con otra rapaz.

No es de extrañar, por tanto, que se trate de una de las aves que han dejado una mayor impronta en la toponimia. Son numerosos los casos de nombres de lugar -también en tierras zamoranas- referidos a estos verdaderos fantasmas de la espesura y, particularmente, a sus a menudo voluminosos nidos. Un caso muy interesante lo constituye el de la antigua dehesa conocida como «Nido del Azor», ubicada en el actual término municipal de Villamor de los Escuderos, al sur de la provincia de Zamora,. De ella habla Pascual Riesco Chueca en su magnífica Toponimia de Zamora.

No deja de resultar  llamativo que en no pocos lugares se mantenga -tantos siglos después- la nidificación de esta rapaz en los mismos emplazamientos donde subsisten los viejos topónimos que la delatan. Hace algunos años, en cierta localidad de la comarca  zamorana de la Carballeda, recorriendo una zona boscosa conocida secularmente como «Los Azores», tuve la suerte de toparme precisamente con un nido ocupado por estos bellos cazadores forestales.

Las fotos que ilustran esta entrada proceden de las riberas del Duero a su paso por Zamora, ciudad donde hoy en día resulta habitual que los azores recorran calles y jardines acechando a las abundantes palomas bravías y torcaces, aves que ocupan un lugar destacado entre sus presas favoritas. El azor es una de las rapaces cuyas poblaciones se han recuperado de forma muy satisfactoria en las últimas décadas, tras los siglos de persecución que sucedieron a la desaparición de la antigua práctica cetrera y el estatus  de especial protección que le brindaba. Su legendario nido, su casa solariega, vuelve otra vez a adornar las copas de pinos, álamos y robles simbolizando la lucha de la vida salvaje para recuperar sus antiguos territorios.

Desayuno con azor

El domingo amaneció con una grata sorpresa. Al asomarme para ver qué tal pintaba la mañana (tocaba ruta de observación de aves con “Zamora, Aves y Naturaleza”) descubrí una silueta familiar en el tejado de enfrente. Corrí por los prismáticos y certifiqué la sospecha: un precioso azor, con plumaje de inmaduro y dimensiones y hechuras de hembra, comenzaba a desplumar con ganas una de las numerosas palomas bravías que pululan habitualmente por el barrio.

En ocasiones desayunamos con alguno de los maravillosos capítulos de El Hombre y la Tierra. Ese día el documental no lo vimos en la pantalla del televisor sino a través del cristal de la ventana. Mientras desayunábamos, disfrutábamos también de la primera comida del azor. Llevábamos varios días barruntando su presencia en los alrededores de casa, avisados por la inquietud de palomas y grajillas, pero aún no habíamos sido capaces de verlo. Ahora se exhibía ante nuestros ojos mientras una pareja de alborotadas pegas lo marcaban desde una antena de televisión cercana.

Sucesos de este tipo son mucho más frecuentes de lo que podríamos pensar. No es nada raro que los azores penetren en el interior de la ciudad en busca de las abundantes y por ellos codiciadas palomas. Otra cosa muy diferente es que los humanos nos enteremos. El azor es un verdadero maestro en el arte de no dejarse ver, da igual que estemos hablando de la espesura del soto o de la jungla de asfalto.

Al menos dos parejas de este bello y eficaz cazador anidan habitualmente en los alrededores de Zamora. Además, no es raro que nos visiten ejemplares divagantes, procedentes de territorios vecinos o, incluso, de lejanos países. Junto con las águilas calzadas y los halcones peregrinos contribuyen al control natural de las poblaciones de palomas bravías y torcaces en nuestra ciudad. Para anidar precisan árboles altos en lugares tranquilos. Y tranquilidad y arbolado maduro es, efectivamente, lo que encuentran en las islas y sotos del Duero. Esperemos que por mucho tiempo. De nosotros depende.

Azor con toda la vida por delante

En estos días, una nueva generación de jóvenes azores (Accipiter gentilis) va poco a poco abandonando la seguridad del hogar materno, como este ejemplar criado en un nido de las riberas del Duero a su paso por la ciudad de Zamora.

Si todo va bien, terminará convirtiéndose en el fantasma de la espesura, una de las más formidables y misteriosas de entre nuestras rapaces forestales. ¡Te deseo mucha suerte, amigo!

Con la vida por delante

En estos días, una nueva generación de jóvenes azores (Accipiter gentilis) va poco a poco abandonando la seguridad del hogar materno, como este ejemplar criado en un nido de las riberas del Duero a su paso por la ciudad de Zamora. Si todo va bien, terminará convirtiéndose en el fantasma de la espesura, una de las más formidables y misteriosas de entre nuestras rapaces forestales.