Hace unos días, mientras observábamos un nido de cigüeña blanca (Ciconia ciconia) en una de las islas que jalonan el río Duero a su paso por Zamora y que constituyen, por su flora y fauna, magníficas reservas de biodiversidad, mi hermana Charo y yo tuvimos la oportunidad de presenciar un curioso e impactante espectáculo natural.

En el nido se hallaban uno de los adultos acompañando a dos polluelos de corta edad cuando llegó el otro progenitor que volvía de buscar la pitanza. Como es habitual, traía ésta en el interior de su buche y, tras regurgitarla, pudimos comprobar que se trataba de un ejemplar de culebra bastarda (Malpolon monspessulanus) de considerables dimensiones.

“Para ti la cola y para mí la cabeza” debieron decirse entre ellos los dos cigoñinos, pues cada uno comenzó a embutirse el ofidio por un extremo. El resultado esperado no tardó en producirse y lo que empezó como un sustancioso almuerzo, desembocó en apenas un minuto en un callejón sin salida.

Las dos pequeñas cigüeñas tiraban y trataban de retorcer el tronco de la culebra pero sin éxito. Cual rey Salomón, uno de los adultos intentó cortarla con su pico, demostrando tan solo que un arpón no es una espada.

Al final, harta probablemente de los poco refinados modales de sus vástagos, la cigüeña optó por la única solución factible. Tirando de la culebra, la extrajo del buche de uno de los cigoñinos y, a continuación, hizo lo mismo con el otro.

“Si no sabéis comportaros en la mesa, os quedáis en ayunas”. Y dicho y hecho, se zampó el culebrón en un santiamén, dejando a sus frustradas criaturas con dos palmos de narices y a nosotros con la boca abierta.
