El falaropo picogrueso, un viajero sorprendente

En contra de la norma predominante en el mundo de las aves, las hembras del falaropo picogrueso (Phalaropus fulicarius) presentan mayores dimensiones y plumaje de coloración más viva que los machos de su especie. Son ellas las que cortejan a los machos, compiten por el territorio de anidamiento y defienden agresivamente a sus parejas y nidos. Tras realizar la puesta de 3 a 6 huevos en el suelo, generalmente cerca del agua, la hembra inicia inmediatamente la migración, dejando al macho a cargo de su incubación y del posterior cuidado de los polluelos.

Su titánico viaje anual la llevará desde las tundras árticas de Eurasia y América hasta las aguas costeras del oeste y sur de África y del extremo sur del continente americano. Es decir, que cada año, un ejemplar de este miembro de la familia de los escolopácidos de apenas 20 cm de longitud y 50 g de peso puede recorrer distancias superiores a los 25.000 km. Tan prolongado periplo lo lleva a cabo, por lo general, sobrevolando el océano, pero algunos ejemplares solitarios se aventuran ocasionalmente por las tierras del interior. Concretamente, en la reserva natural “Lagunas de Villafáfila”, ubicada en la parte zamorana de la comarca de Tierra de Campos, se ha constatado la aparición singular de falaropos picogruesos en, al menos,  nueve ocasiones. Todas los avistamientos se produjeron durante la estación otoñal, es decir, durante el paso postnupcial o posterior a la reproducción, y concretamente entre el 27 de octubre y el 13 de diciembre. Noviembre, es sin duda, el mes más propicio para su observación aquí.

La primera cita de la que tengo constancia para Villafáfila la protagonizó un ejemplar observado por Miguel Ángel García, Fernando Borrego y el que esto escribe, el 30 de noviembre de 1997. Y el último en visitarnos, hasta ahora, ha sido el ejemplar de las fotos, descubierto por Gary Losada el pasado 27 de octubre y que tuve la grandísima suerte de toparme el 6 de noviembre cuando recorría la reserva en compañía de Pam Bruesing y Don Moore, dos entusiastas observadores de aves estadounidenses que disfrutaban durante unos días  de los paisajes y aves de la región. El inesperado encuentro con el falaropo supuso para los tres una sorpresa verdaderamente agradable.

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